"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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23-08-2016 |
El "no" de la dignidad y su dialéctica
José Antonio Pérez Tapias
Tras la negativa a investir a Rajoy, el paso siguiente del PSOE ha de ser un ‘sí' a un Gobierno alternativo
En España estamos ganando conciencia colectiva respecto a lo que significa dignidad democrática. En medio de un proceso para formar gobierno de nuevo tremendamente complicado tras las elecciones del pasado 26 de junio, el ‘no' a la investidura del candidato del Partido Popular es un acto de esa dignidad democrática que tanto necesitamos. Cuando Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, sale en rueda de prensa a reiterar que el grupo parlamentario socialista votará ‘no' a la investidura del señor Rajoy, cumpliendo lo acordado por el Comité Federal de su formación política, y aclara además que esa negativa implica también no abstenerse para lo que sería dar vía libre de forma pasiva a quien encarna la candidatura para un nuevo gobierno de la derecha, está siendo coherente y consecuente con lo que en este caso debe hacer el Partido Socialista.
Con sus palabras textuales --"votaremos en contra por convicción ideológica y ética. El PSOE no se va a abstener ante la desigualdad, el desempleo y la corrupción"--, el secretario general de los socialistas sintetizó las razones en que se apoya la negativa a la investidura de un candidato al que no avalan credenciales suficientes para abrirle el paso hacia la presidencia del Gobierno de España. Es más, tanto por las políticas antisociales aplicadas por el ejecutivo que Rajoy ha encabezado en la legislatura pasada, como por el carácter autoritario de muchas de sus actuaciones y leyes, quien de nuevo se presenta para ostentar la presidencia del Gobierno no merece el apoyo que recaba. A eso se añade la corrupción sistémica que afecta al PP y de la cual Rajoy, como presidente del partido, no ha asumido ninguna responsabilidad política ni ha actuado con la contundencia que requieren los múltiples casos conocidos, incluido lo que tiene que ver con la presunta financiación ilegal del partido que dirige. Es imposible justificar que se permita que un candidato con ese lastre llegue a la presidencia del Gobierno. Por eso, Pedro Sánchez ha hecho bien al insistir no sólo en que el PSOE es alternativa al PP, y que por eso no tiene sentido que lo apoye, sino también al enfatizar que es compromiso del partido que él representa “evitar” que, en estas condiciones y con estos antecedentes, haya un gobierno del Partido Popular. La dignidad manda.
Frente a quienes insisten, desde fuera y desde dentro del PSOE, en que por el bien de España hay que facilitar la formación de gobierno, aunque lo presida quien con su cinismo se burla de la ciudadanía y hasta parece eludir su obligación constitucional de comprometerse a presentarse para la investidura que le fue encargada por el jefe del Estado, pasan por alto absolutamente la situación de este PP con una corrupción a sus espaldas que le invalida ética y políticamente para cualquier candidatura a tan alta responsabilidad. Aparte responsabilidades penales, no se han asumido responsabilidades políticas por el daño causado a través del deterioro de las instituciones, el expolio del patrimonio público y la ofensa a la ciudadanía. Y si por razones de dignidad democrática hay que mantener el ‘no' a una candidatura del PP, hay que insistir en que una investidura no puede servir para pasar página de la corrupción política, consagrando una suerte de injustificable indulgencia respecto a la misma. Sería letal para la democracia española. Apoyar al PP en estas circunstancias sería “naturalizar” la corrupción, resignándonos a que quedara como lo “normal”. En ningún país democrático serio se presentaría un candidato con ese lastre. Y aún menos se le apoyaría.
De todos son conocidas las presiones que soporta el Partido Socialista, y muy en especial su secretario general, para que, en aras de la invocada estabilidad y en nombre de la responsabilidad y el sentido de Estado, se permita, mediante abstención en segunda vuelta, que se constituya un nuevo Gobierno del PP. Son presiones que se deben resistir, máxime viniendo envueltas en falacias de grueso calibre. El ‘no' socialista nada tiene de frívolo o irresponsable. Todo lo contrario. Por responsabilidad hay que mantenerlo, si no se quiere entronizar la corrupción sine die en el sistema político español. Lo que lo bloquearía sería un voto afirmativo a un partido que, además de llevarnos a un gobierno de acumulada podredumbre, supondría la continuidad de políticas económicas de esa injusta y hasta desacreditada austeridad --el mismo FMI ha reconocido que no valen para salir de la crisis-- que tantos sufrimientos ha generado en nuestra sociedad, y la parálisis más mórbida ante la grave crisis institucional que padece el Estado español como consecuencia de la situación que se vive en Cataluña. Un Gobierno del PP no sería un gobierno de estabilidad democrática, sino de impotencia en cuanto a la política que en nuestro país nos es de todo punto necesaria.
Quienes con un grosero pragmatismo acaban instalados en la irresponsabilidad al plantear al PSOE que su posición debe ser la de facilitar un gobierno popular, liquidando de antemano el papel del PSOE en cuanto a la alternativa que debe encarnar, se acogen de la manera más burda a la tan traída y llevada teoría del mal menor. No negaremos que en muchas circunstancias, decidir en función del mal menor es vía de salida de situaciones problemáticas. Pero, como todo, también tiene un límite la aplicación de ese criterio. Pasado cierto umbral, lo que parecen inmediatas consecuencias positivas por evitar otras negativas se convierte en realidad en la consolidación de un mal mayor. Sin duda, lo sería el permitir que en el Gobierno de España se asentara en la indignidad representada por un candidato de quien todos dicen que no merece volver a ese puesto --aunque muchos de ellos incurran en la patente e insostenible contradicción de pedir que, a pesar de ello, se vote a su favor--.
Con todo, el ‘no' a la investidura del candidato del PP ha de ser un ‘no' dinámico, dado que no es cierto que necesariamente aboque a una situación de bloqueo institucional, como desde la derecha se dice machaconamente para encubrir que el verdadero bloqueo lo produce el propio Partido Popular con su candidato y sus antecedentes, que impiden que pueda aglutinar aliados en torno a sí en el mismo Congreso de los Diputados. Debería saber el PP, sacando las conclusiones pertinentes, que nuestro sistema democrático es parlamentario y no es, por tanto, presidencialista. Por ello no garantiza el acceso a la presidencia del Gobierno una mayoría de votos ni una mayoría de escaños si, a partir de ella, no logra una mayoría parlamentaria que apoye la investidura y, después, la acción de gobierno.
Un ‘no' por la dignidad como el que el PSOE --no está sólo en su empeño-- está haciendo valer es el que ha de conducir por la misma lógica parlamentaria, y una vez hecho su trabajo desde ese “arte de la contradicción” que ya sabían los griegos que era la mejor dialéctica, a ser convertido en un ‘sí' a un Gobierno alternativo que el secretario general socialista, como candidato de nuevo a la presidencia del Gobierno en caso de que Rajoy no la alcance --y ha de hacerse lo democráticamente posible y legítimo para que así sea--, ha de intentar. La dignidad democrática ha de llevar a una solución esperanzada, que no es fácil, pero no es imposible. Recogiendo las reflexiones del filósofo británico Terry Eagleton, bien podemos decir que, incluso para los no optimistas, la esperanza tomada en serio es obligación moral, en este caso, responsabilidad política. Ganada la credibilidad del ‘no', el paso siguiente ha de ser la confianza generada en torno al ‘sí' a un Gobierno alternativo gracias al necesario pacto parlamentario entre quienes comparten buenas razones para pensar que España merece otro futuro que el que le ofrece el Partido Popular.
*José Antonio Pérez Tapias
Es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor decano de Filosofía en la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013).